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12:35 · 23 de diciembre de 2025

China impulsa la tecnología, pero la economía aún no despega tras el COVID

Conclusiones clave
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Conclusiones clave
  • La economía china opera a dos velocidades: empuje en autosuficiencia tecnológica y sectores verdes, pero freno por inmobiliario, deuda y demanda interna débil.

  • La bolsa china alterna rallies apoyados por el Estado con correcciones cuando los datos de consumo e inversión decepcionan.

  • En 2025 persisten señales de enfriamiento: inversión privada negativa, precios presionados (CPI bajo y PPI en negativo) y confianza aún frágil.

Desde la salida del “cero-COVID”, China volvió a mostrar una contradicción que ya se siente estructural: un país capaz de acelerar en la frontera tecnológica, pero con una recuperación doméstica llena de baches. En la práctica, conviven fábricas ultramodernas y cadenas de valor avanzadas con un entorno de consumo frágil, un sector inmobiliario aún en ajuste y señales de desinflación/deflación que se filtran en la confianza y en los resultados empresariales.

Esa doble velocidad se ve tanto en la economía real como en el mercado financiero. Los inversores han reaccionado con entusiasmo cuando aparece apoyo político o una narrativa de crecimiento tecnológico, pero la euforia suele durar poco si el “macro” no confirma una mejora sostenida.

 

La bolsa china como termómetro de una recuperación incompleta

Hablar de bolsa china no es hablar de un único mercado. Por un lado están las plazas onshore (Shanghai y Shenzhen), más ligadas al ciclo interno —bancos, industriales y consumo local—. Por el otro, el universo offshore (Hong Kong y ADR), donde pesan grandes tecnológicas y exportadoras, y donde la sensibilidad a geopolítica y flujos globales suele ser mayor.

Tras el impulso postpandemia, el mercado entró en una fase larga de ajuste. Un ejemplo representativo es el CSI 300, que alcanzó un máximo cercano a 5.808 en febrero de 2021 y luego registró un ciclo prolongado de caídas y recuperaciones parciales, con retrocesos superiores al 40% desde el pico en mediciones históricas. En otras palabras: la reapertura no se tradujo en un “superciclo” continuo, sino en una trayectoria irregular, marcada por expectativas y decepciones.

En 2024–2025, el soporte político-financiero se volvió más visible. Las compras para estabilizar el mercado —con participación de actores estatales— funcionaron como “rueda de auxilio” para frenar ventas en momentos críticos y alimentar tramos de recuperación. Sin embargo, el patrón se repitió: cuando los datos de inversión o consumo no acompañaron, los rallies perdieron fuerza y las correcciones reaparecieron. Esa volatilidad no es un detalle: es el reflejo de una economía que aún no logra un rebote interno consistente.

Post-COVID: crecimiento más moderado y empleo con menos tracción

Otro rasgo del período post-COVID es que el crecimiento parece generar menos empleo que antes. Entre 2020 y 2024, se estima un crecimiento promedio de 4,9%, pero el empleo urbano avanzó alrededor de 0,9% promedio, con 21 millones de nuevos trabajos urbanos netos en cinco años (por debajo del quinquenio previo). El ajuste inmobiliario y una demanda interna más tímida ayudan a explicar por qué la economía “crece”, pero la sensación de dinamismo no se distribuye de forma pareja.

En paralelo, las autoridades han intentado reparar cicatrices financieras de la pandemia con medidas puntuales para destrabar crédito y consumo, incluyendo iniciativas para regularizar pequeños atrasos en registros crediticios si se pagan. La lógica es clara: si se reduce la fricción financiera, el gasto de los hogares y el acceso al crédito podrían reaccionar. El problema es que ese impulso compite contra vientos en contra más profundos, especialmente el inmobiliario y la confianza.

El mercado laboral juvenil sigue siendo una grieta sensible. En noviembre de 2025, se reportó una tasa de desempleo juvenil (16–24) de 16,1%, una mejora frente a 17,1% en octubre, pero aún elevada. Para el consumo, esta variable importa más de lo que parece: afecta expectativas, decisiones de gasto y percepción de estabilidad.

2025 en la economía real: consumo tibio, inversión débil e inmobiliario en terapia

Si la narrativa tecnológica empuja una parte del optimismo, los datos domésticos explican por qué ese optimismo no se vuelve lineal. En 2025, el tablero muestra señales mixtas con sesgo a la cautela:

Las ventas minoristas de noviembre crecieron 1,3% interanual (sin autos, 2,5%), una lectura de consumo moderado y dependiente de categorías específicas y estímulos. Al mismo tiempo, la inversión en activos fijos entre enero y noviembre cayó 2,6%, y la inversión privada retrocedió 5,3%, lo que sugiere que el sector privado sigue sin “comprar” del todo la idea de una recuperación firme.

El dato más pesado continúa siendo el inmobiliario: la inversión inmobiliaria cayó 15,9% interanual en el mismo período. Este es el “agujero” más persistente porque golpea varios canales a la vez: la riqueza de los hogares (vivienda como activo principal), las finanzas de gobiernos locales, el empleo vinculado a construcción y servicios, y la demanda de crédito y materiales. Mientras esa pieza no se estabilice, el resto del motor doméstico suele girar con menos potencia.

Precios: inflación baja y presión deflacionaria industrial

A la debilidad de demanda se suma el comportamiento de precios. En noviembre de 2025, el CPI marcó +0,7% interanual y el promedio enero–noviembre se mantuvo en 0,0%. En paralelo, el PPI registró −2,2% interanual (con un leve +0,1% mensual). Esta combinación —inflación del consumidor contenida y precios del productor en negativo— suele presionar márgenes: las empresas venden con poco poder de fijación de precios, los beneficios se estrechan y el apetito por invertir se reduce. Para la renta variable cíclica, es un cóctel incómodo.

La apuesta tecnológica: avances reales, fricción global y costos internos

 

En el carril rápido, China acelera su agenda de autosuficiencia tecnológica: reforzar cadenas críticas, sustituir importaciones en tecnologías clave y reducir vulnerabilidad ante restricciones externas. Esta estrategia se intensificó en un contexto de mayores controles sobre chips avanzados y capacidades vinculadas a IA, elevando la competencia tecnológica.

Donde China ha dominado con claridad es en el ecosistema “verde”: vehículos eléctricos, baterías y solar. Pero ese liderazgo también elevó tensiones comerciales —investigaciones y medidas— por la competitividad y el debate sobre subsidios. La contracara interna es el riesgo de sobrecapacidad: cuando la inversión se guía por objetivos estratégicos y no por retorno económico, puede crecer la producción sin que la demanda doméstica acompañe, generando presión sobre precios, márgenes y, finalmente, sobre el empleo y la confianza.

Qué mirar hacia 2026: el “desempate” entre narrativa y macro

El mercado suele premiar a China cuando ve dos señales al mismo tiempo: apoyo político creíble y mejora verificable del macro. Si el inmobiliario se estabiliza y el consumo empieza a despegar con más amplitud, la bolsa china podría sostener avances con menos sobresaltos. Si, en cambio, se mantiene la contracción del ladrillo, la debilidad de la inversión privada y la presión deflacionaria, lo más probable es que continúe el patrón conocido: tramos de rally por narrativa tecnológica y soporte estatal, seguidos de correcciones cuando los datos recuerdan que la economía aún no se reequilibra.

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