El banco central chino inyecta liquidez a mayor ritmo que en los peores momentos de 2020.
En 2022 el mundo miraba con preocupación la evolución económica de la segunda economía del mundo, China. Su presidente, Xi Jinping, parecía obcecado en mantener una política de "Covid cero" que había provocado que el PIB cayese hasta el 3%, marcando su peor tasa de crecimiento económico de las últimas cinco décadas. Sin embargo, a finales de 2022 el Gobierno chino decidió abandonar su política de aislamiento internacional, cuyo principal objetivo era mantener a raya la tasa de contagios provocados por la pandemia, y de la noche a la mañana cambió su planteamiento, aceptando la estrategia que se había adoptado hacía dos años mayoritariamente en el resto del mundo.
En la última reunión del Partido Comunista, Xi explicó que desde este año el nuevo objetivo del Gobierno sería impulsar el crecimiento económico. A tenor de lo que hemos visto en el primer trimestre de este año, no se trata de una mera declaración de intenciones, sino de una realidad sustentada en acciones concretas que ya están dando frutos. Desde el lado de la política monetaria, el banco central decidió hace unas semanas bajar el coeficiente de caja; es decir, el dinero que los bancos deben mantener en balance sin poder prestarlo a la economía. Esta acción ha supuesto una inyección de liquidez que se está traduciendo en un mayor consumo e inversión. Además, el banco central ha llevado la masa monetaria a incrementos del 12%. Por tanto, hoy está inyectando liquidez a mayor ritmo que durante los peores momentos de la pandemia en 2020. En el plano de la política fiscal también se está apuntalando la recuperación económica gracias a programas expansivos como muestran los dos billones de euros destinados a gasto en infraestructuras. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría del planeta, donde el repunte inflacionista ha obligado a implementar políticas monetarias restrictivas, tanto con subidas fuertes de las tasas de interés como la retiradas de estímulos no convencionales o quantitative tightening, China vive una realidad muy distinta.
El último dato de inflación se ha situado en el 0,7%, y los tipos de interés reales son positivos, algo casi imposible de ver en otras geografías. Por tanto, la ausencia de inflación permite al Gobierno mantener, e incluso incrementar, medidas de estímulo que garanticen un mayor crecimiento de su economía. No ha habido que esperar mucho para ver los efectos de la combinación de reapertura comercial y estímulos monetarios y fiscales. El último dato de crecimiento del PIB ha sorprendido al alza con un 2,2%, cuando el trimestre anterior había sido solo de un 0,6%. En términos interanuales, el salto ha sido del 2,9% al 4,5%, y esto ha llevado a que muchos bancos de inversión internacionales ajusten sus previsiones de crecimiento del gigante asiático para este año desde el 5%-5,5% hasta el 6%-6,5%. Cuando se analizan las bases de esta reacción positiva de la economía china, vemos que es un fenómeno que se sustenta en un incremento notable en el comercio internacional, con un salto de las exportaciones del -6,8% al +14,8%, y de las importaciones, que han pasado del -10,2% al -1,4%, pero también por una mejora notable del consumo, que si a finales de 2022 estaba en el -1,8% interanual, ahora muestra un crecimiento del 10,6% comparado en el mismo periodo del año pasado.
Riesgo latente
Eso no quiere decir que la economía china no tenga por delante grandes desafíos. El colapso del gigante inmobiliario Evergrande en septiembre de 2021 provocó una onda expansiva que terminó por afectar profundamente a todo un sector cuyo peso directo en el PIB se cifra en torno a un 13%, pero que en términos indirectos se aproxima al 30%. La reestructuración de la deuda de muchos promotores e inmobiliarias sigue representando un riesgo latente al que estar muy atentos. Aunque la inversión en construcción sigue contrayéndose, los últimos datos de venta de viviendas han comenzado a subir, lo que podría ser una señal adelantada de que lo peor ya se ha vivido.
Otra de las preocupaciones tiene que ver con las actuaciones agresivas del regulador chino, que se han convertido en un quebradero de cabeza para atraer el interés de los inversores internacionales. Del mismo modo, los cambios drásticos en las prioridades del Gobierno de Xi dificultan en extremo hacer cualquier proyección sobre el futuro del gigante asiático. Si le añadimos la tensión reinante con EEUU en el plano geopolítico, y en especial frente a una potencial crisis en torno a la independencia de Taiwán, se puede entender la dificultad que entraña hacer una apuesta sobre el devenir de la segunda economía más importante del planeta.
Si tuviésemos que buscar un termómetro de sentimiento que aglutine todas esas variables tan complejas de medir centraría mi atención en el comportamiento de la Bolsa china. Y lo cierto es que, tras un desplome desde máximos de más de un 70%, y con unas valoraciones muy ajustadas, el índice Hang Seng China Enterprises parece haber comenzado a dar las primeras señales de recuperación. No debemos olvidar que los suelos de mercado siempre se producen en los peores entornos, cuando las dudas son mayores y los riesgos muy evidentes. Para cuando los nubarrones se disipan el precio ya ha subido mucho.
https://www.expansion.com/opinion/2023/04/24/6442e332e5fdea156e8b4665.html
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