Cuando hablamos de cisnes negros nos referimos a eventos con una mínima probabilidad de ocurrir, pero que en el caso de convertirse en una realidad generan episodios de extrema volatilidad en los mercados financieros y que con frecuencia acaban siendo los detonantes de crisis severas.
En Estados Unidos, la existencia de un techo de deuda que limita la cantidad máxima que el Congreso permite al Tesoro estadounidense tomar prestado mediante la emisión de deuda ha sido siempre polémico. En primer lugar, porque es un techo que no ha dejado de ampliarse de forma continua desde hace décadas, y en períodos concretos de la historia, incluso se ha suspendido, tal y como ocurrió entre los años 2014 y 2016 y luego entre 2018 y 2020. Para hacernos una idea de cuánto se ha aumentado ese límite, basta recordar que en la década de los 70 el techo era de poco más de dos billones de dólares; y que hoy es de 31,4 billones de dólares.
A lo largo de la historia, la negociación para ampliar ese límite se ha convertido en una batalla política entre el partido republicano y el demócrata. Y esta vez todo apunta a que no va a ser distinto. La situación es compleja, porque desde enero de este año en que se alcanzó el techo de endeudamiento, Janet Yellen, secretaria del Tesoro estadounidense, se ha visto obligada a hacer malabares para evitar un default. Aun así, se estima que la situación actual solo se podrá mantener hasta el mes de junio, y que, si demócratas y republicanos no acuerdan una nueva ampliación, EEUU se vería arrastrado a incumplir el pago de su deuda, es decir, hacer default al estilo de Grecia.
Como es lógico, todo el mundo da por hecho que finalmente se evitará este desastre, porque las consecuencias serían devastadoras. El recuerdo de lo sucedido en el año 2011 todavía está presente en la mente de todos los actores que deben solucionar el problema. Aquel año, la situación se llevó a tal extremo que finalmente la agencia de calificación crediticia Standard & Poor’s rebajó la nota de la deuda estadounidense desde AAA a AA+, en lo que supuso la primera vez en la historia del país en la que se redujo la calificación de la deuda estadounidense, lo que provocó una caída de la Bolsa de un 20% en tan solo un mes. Los efectos se dejaron notar a nivel global y afectaron no solo a la renta variable, sino también a la renta fija y divisas.
Hoy la situación vuelve a ser compleja, ya que los republicanos, que tienen el control del Congreso, han conseguido aprobar la ampliación del techo condicionada a que vaya acompañada de un recorte de gastos significativo. Tras una votación muy ajustada, con 217 votos a favor y 215 en contra, la pelota pasa al tejado de los demócratas, que tienen mayoría en el Senado, pero que no aceptan las exigencias republicanas, las cuales se centran en reducir varias partidas de gastos sociales (ley de salud, clima e impuestos) por valor de 4,5 billones de dólares durante la próxima década, es decir, en torno a un 14% del total. La exigencia va en contra de la agenda económica que defiende el presidente Biden, y todo apunta a que se va a convertir en un caballo de batalla electoral.
A lo largo de las próximas semanas seremos testigos de un tira y afloja político, pero a medida que la fecha límite se acerque sin que se alcance un consenso, la inquietud se apoderará de los inversores.
La solución más probable apunta a un acuerdo de última hora en el que se sacrifiquen algunas partidas de gasto discrecional, como son los beneficios a veteranos de guerra, servicios sociales, educación, investigación y desarrollo, gastos diplomáticos, transporte y obras públicas, sanidad y medio ambiente. Pero el problema es estructural, ya que los ingresos del Gobierno se destinan prácticamente en su totalidad a cubrir, por un lado, los gastos en defensa, y por el otro, los que se conocen como obligatorios, donde encontramos los beneficios de la seguridad social y los programas de atención médica. De modo que hay un agujero cada vez mayor en las cuentas públicas que obliga a recurrir al endeudamiento para hacer frente al pago de varias partidas: los intereses de la deuda pasada, que con las subidas de las tasas de interés representa un problema cada vez mayor, así como las partidas contempladas dentro de los gastos discrecionales.
EEUU lleva décadas financiando su crecimiento económico con endeudamiento, y a la larga es muy probable que lo pague con unas tasas de PIB cada vez más bajas, de modo que replique poco a poco un modelo como el que sigue Japón y que no augura nada bueno a largo plazo.
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