Nuestro futuro en las manos de la Teoría Monetaria Moderna, de Pablo Gil

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En primer lugar hay que entender que la política monetaria es la que determina cuánto dinero hay en circulación y cuál es el coste de dicho dinero, es decir, el nivel de tipos de interés. Los Bancos Centrales son los responsables de determinar tanto la cantidad como el coste del dinero.

Aunque los ciudadanos no son conscientes de ello, desde hace un par de décadas la política monetaria ha dado un giro de 360 grados, y nos conduce inexorablemente por un camino cuyo desenlace es realmente preocupante.

En primer lugar hay que entender que la política monetaria es la que determina cuánto dinero hay en circulación y cuál es el coste de dicho dinero, es decir, el nivel de tipos de interés. Los Bancos Centrales son los responsables de determinar tanto la cantidad como el coste del dinero. Y desde que se desató la crisis financiera en 2008, han decidido inundar de dinero el sistema y hacerlo a un coste lo más bajo posible. El motivo lo encontramos en la Teoría Monetaria Moderna, que en realidad ni es una teoría monetaria, ni tiene nada de moderna. Es algo que ya se ha hecho en varias ocasiones durante la historia de la humanidad y que ha acabado sistemáticamente en un desastre económico.

Los principios en los que descansa esta teoría son que un Gobierno puede endeudarse tanto como sea necesario siempre y cuando tenga la capacidad de imprimir su propia moneda y mantenga la inflación bajo control. Si la deuda que emite no encuentra comprador en los mercados financieros, el Banco Central puede comprarle esa deuda al Gobierno y renovar “eternamente” la deuda cuando ésta venza. Este proceso es lo que conocemos a nivel económico como “monetización de los déficits públicos”. Según los defensores de esta teoría, los impuestos son útiles para combatir la desigualdad social, pero no son necesarios para financiar el gasto ya que se puede crear nuevo dinero de la nada para solventar las necesidades de financiación. Lo cierto es que esta teoría genera dos grandes problemas: por un lado, la depreciación de la capacidad adquisitiva del dinero, y por otro, el aumento de la ineficiencia del uso que se le da al dinero. La depreciación se produce por la propia ley de la oferta y la demanda. Si la oferta monetaria o dinero en circulación no hace más que crecer, a mayor oferta menor es su valor, como ocurre con cualquier activo. Que el valor de la moneda sea cada vez menor significa que cada vez hacen falta más billetes para comprar el mismo bien o pagar el mismo servicio. A este fenómeno lo llamamos inflación. Esa es la razón de que para comprar una vivienda hace cincuenta años bastaba con veinte mil billetes de un euro, y sin embargo hoy hacen falta quinientos mil billetes. El mismo billete cada vez compra menos vivienda, gasolina, alimentos, ropa, etc.

El segundo problema es que invita a realizar inversiones menos productivas. Llamamos inversión productiva a aquella que con el tiempo genera una rentabilidad superior al coste de la deuda en la que hemos incurrido para poder realizar la inversión. Como ejemplo tendríamos la deuda que financia la inversión en educación, infraestructuras, investigación y desarrollo. Hoy en día, la oficina de presupuestos de EEUU reconoce que el 75% de cada dólar que se recauda vía impuestos se destina a gastos no productivos, como son el pago de intereses de la deuda y programas de bienestar social. Pero esta tendencia la vemos también en las empresas cotizadas en bolsa, que si hace dos décadas destinaban el 74% de sus ingresos a invertir en “capex”, es decir, en crecimiento futuro, ahora solo destinan el 54%. El resto de la inversión no es productiva, como el pago de dividendos o los programas de recompra de acciones (“share buybacks”). El motivo de este cambio estriba en que los directivos de las empresas han descubierto que su retribución variable a través de “stock options” mejora considerablemente a corto plazo, si llevan a cabo políticas improductivas destinadas a fomentar la subida de la cotización bursátil, que si plantean proyectos de inversión para crecer más en el futuro.

La realidad es que en el momento que permitimos que el ritmo de crecimiento de la deuda superase el ritmo de crecimiento de la economía nos condenamos a un futuro cada vez más preocupante. Tal y como explica la teoría de rendimientos decrecientes, en este momento cada vez necesitamos mayores dosis de deuda para generar el mismo impacto en el crecimiento económico. Por ello, no es de extrañar que el propio pronóstico de la Reserva Federal de EEUU hable de niveles de PIB del 1.8% a largo plazo, en comparación con crecimientos de hace varias décadas que superaban con creces el 3%. 

Por desgracia, este problema no lo está experimentando solo la primera potencia económica del mundo, sino que es un problema global. Según datos del Fondo Monetario Internacional, hay cerca de 300 trillones de dólares de deuda en el mundo, lo que representa en torno al 355% del tamaño de la economía mundial. La MMT está provocando tasas de productividad cada vez menores, porque el destino del nuevo dinero inyectado por Bancos Centrales en el sistema no va a parar a la economía real sino a la especulación. Eso explica la relación inversa del crecimiento de la M2, u oferta monetaria, y la velocidad del dinero desde finales del siglo pasado.

Este paradigma en el que nos encontramos se enfrenta ahora a otro problema, la inflación. Cuando el mundo vive extremadamente endeudado no se puede permitir que el coste de dicha deuda suba, o generará todo tipo de problemas. Pero los Bancos Centrales tienen como uno de sus mandatos principales controlar que la inflación no supere el 2%. Desde hace cuarenta años se han llevado a cabo ajustes en el modo en que se calcula la inflación para reducir el dato oficial, hasta el punto de que la métrica que ofrecen los gobiernos ya no refleja para nada la realidad de los precios que pagamos los ciudadanos. El modo en que se implementa el ajuste hedónico, la renta equivalente del propietario, o el sistema de reposición del bien o servicio en la cesta de la compra del IPC alteran la realidad de la inflación. Pero incluso utilizando métricas alejadas de la realidad, hoy estamos experimentando precios muy superiores al límite del 2%. La forma con la que los Bancos Centrales están lidiando con este problema actualmente es tachar las subidas de los precios a factores transitorios, con tal de no tener que aumentar el coste de financiación en un mundo donde gobiernos, empresas y ciudadanos mantienen su nivel de gasto gracias a la capacidad de endeudarse a un coste históricamente bajo.

Estamos recorriendo un camino que ya comenzó a recorrer Japón hace mucho tiempo. Y basta con ver los resultados que ha cosechado la economía nipona para que el lector comience a inquietarse. Japón lleva dos décadas experimentando recesiones cada tres años aproximadamente. Sostiene precariamente su economía con una deuda superior al 250% del PIB. Interviene el mercado de renta variable, es decir, la Bolsa, para que no refleje la realidad económica, y pese a ello, hace más de treinta años que el Nikkei no ha vuelto a superar los máximos históricos de 1989; y simultáneamente interviene el mercado de renta fija para asegurarse que el gobierno pueda financiarse a coste cero hasta un plazo de diez años. Estamos ante un modelo que siempre ha generado resultados nefastos y, sin embargo, todos corremos a replicar lo que ya sabemos que no funciona porque, por alguna razón, hemos dejado de confiar en el funcionamiento libre de los mercados y no estamos dispuestos a asumir que durante toda la historia de la humanidad ha habido ciclos expansivos y ciclos recesivos. Ahora nadie está dispuesto a asumir que los ciclos recesivos, por duros que sean, permiten eliminar excesos y sientan las bases de futuros crecimientos económicos sanos y fuertes. Y en nuestro afán por evitar o reducir artificiamente esas crisis totalmente necesarias, hemos abrazado el sueño de que podemos solventar todos nuestros problemas económicos creando dinero de la nada sin que tenga repercusiones nocivas en el futuro. Por desgracia, la historia nos demuestra que no es así, y uno entiende perfectamente el porqué del dicho "el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra".

 

Puedes ver el análisis completo en vídeo aquí:

 

 

 

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