Después de meses en los que la inteligencia artificial y las políticas fiscales expansivas han acaparado la atención de los inversores, septiembre devuelve el foco a los bancos centrales. Las decisiones sobre tipos de interés y las proyecciones económicas serán clave para medir la solidez o la debilidad del escenario actual.
En Estados Unidos, los mercados anticipan en un 99% de probabilidad un recorte de 25 puntos básicos en los tipos de interés, y hay voces que presionan por un recorte superior para no quedar por detrás de lo que viene. Jerome Powell, presidente de la FED, afronta una gran presión política pese a una inflación al alza y un crecimiento esperado en este trimestre cercano al 3%. Sin embargo, el mercado laboral ofrece signos de alta debilidad. Ante ello, si deciden iniciar los recortes de tipos, no tendrán ninguna excusa para no continuar en su proceso en los próximos meses, pero las dudas del mercado sobre la independencia de la FED pueden tener el efecto contrario en los mercados.

En el resto de los grandes bancos centrales del mundo no esperamos grandes cambios. Europa mantendrá una pausa, aunque se espera que las proyecciones económicas sean revisadas a la baja, mientras Reino Unido, sumada en un clima de fuerte inestabilidad política y una alta inflación, esperará a los datos de las próximas semanas para poder tomar nuevas decisiones de recortes de tipos que podrían aplazarse hasta noviembre.
Septiembre, el peor mes del año para el S&P 500
Los inversores regresan de sus vacaciones con nuevos datos, dudas fiscales y temores sobre la independencia de la Reserva Federal. Y septiembre, fiel a la estadística, no suele ser un mes amable. Desde 1927, el S&P 500 ha cerrado en negativo el 56% de las veces, con una caída media del 1,17%, siendo esta estadística la peor de todo el año. En años inaugurales de presidencia, como ocurre este año, el dato empeora: 58% de veces en rojo, con un retroceso medio del 1,62%.
Este 2025 es especialmente delicado. El índice estadounidense cotiza a 22 veces las ganancias esperadas para los próximos 12 meses, un nivel visto solo antes de grandes crisis, con una concentración nunca vista y con una expectativa de crecimiento a la baja en los beneficios esperados, especialmente en el grupo que lidera los selectivos americanos con mano de hierro, las Siete Magníficas. A ello se suma la presión vendedora de fondos de pensiones y mutuos que cierran su año fiscal en septiembre, la desaceleración del consumo tras el verano y la reducción de compras corporativas. Todo ello alimenta la volatilidad. Pero, de momento, los índices cotizan en sus máximos históricos.
Septiembre también afecta a los bonos
Si septiembre castiga a las acciones, los bonos tampoco se libran. En la última década, los bonos gubernamentales a más de 10 años perdieron de media un 2% en este mes. Este año, además, ha resurgido el temor a la deuda global tras años de déficits crecientes.
Los ejemplos abundan: en Reino Unido, el rendimiento de los bonos a largo plazo ha alcanzado máximos desde 1998; en Japón, el de 20 años ha llegado a niveles no vistos desde 1999; en Estados Unidos, la deuda a 30 años roza el 5%; y en Francia, los bonos superan ya a los italianos y griegos en un contexto político inestable. En casi todos los países ricos, salvo Suiza, las rentabilidades a 30 años están escalando, haciendo que los vigilantes de los bonos se froten las manos.
Lo preocupante es que los tipos a largo plazo suban incluso cuando los bancos centrales recortan tipos. Esa divergencia refleja unas perspectivas de crecimiento muy pobres. Sin un plan claro para impulsar la productividad, más allá de la esperanza en la IA, los países ricos enfrentan el coste de una deuda que crece mientras sus poblaciones envejecen y gastan más de lo que pueden sostener.
El resultado es un mundo con mayor inflación, tipos persistentemente altos y el fin del dinero barato en los mercados desarrollados. Los ajustes fiscales como las subidas de impuestos y los recortes de gasto público parecen inevitables, pero no son medidas muy populistas, y pueden desencadenar en situaciones políticas inestables como ocurre con Francia, que, una vez que se produzca el próximo lunes la moción de confianza sobre el primer ministro, podría volver a empezar desde cero. Esto es: improvisar un nuevo gobierno, intentar conseguir una mayoría y recurrir a un presupuesto de emergencia si no se encuentra ninguno. No se puede descartar otra elección parlamentaria anticipada, ni tampoco el impulso de arriesgarse en algo aún más grande, como un referéndum, lo cual añadiría más inestabilidad tanto en el país como en el euro.
Pero no todo es negativo. En medio de esta tormenta, un activo brilla: el oro. Hoy representa el 27% de las reservas de divisas de los bancos centrales, el nivel más alto en casi tres décadas, y ya supera en peso a los bonos del Tesoro. Si la independencia de la Fed se viera cuestionada, o si el dólar perdiera su estatus como moneda de reserva, el oro podría convertirse en el refugio definitivo para los inversores.
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